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lunes, 22 de enero de 2018

PAPA FRANCISCO SE DESPIDE DE PERÚ: NO TENGAN MIEDO A SER LOS SANTOS DEL SIGLO XXI







El Papa se despide de Perú: No tengan miedo a ser los santos del siglo XXI





(ACI).- Luego de la Misa que presidió en la Base Aérea Las Palmas donde lo acompañaron más de 1,3 millones de fieles, el Santo Padre se dirigió al Grupo Aéreo N° 8 donde se realizó una ceremonia de despedida.

El Pontífice escuchó las notas de la orquesta Sinfonía por el Perú y recibió el saludo de aproximadamente un centenar de niños de los albergues del Instituto Nacional de Bienestar Familiar (INABIF).

En la ceremonia de despedida se pudo ver a los tres aviones caza Mirage 2000 que lo acompañaron en cada uno de sus vuelos, sobrevolando el Grupo Aéreo N° 8.


El Papa se despidió en el aeropuerto de algunas autoridades civiles como el Presidente Pedro Pablo Kuczynski, con quien conversó brevemente.

Al concluir la Misa que celebró en Las Palmas, el Papa agradeció a todos los que hicieron posible la organización de la visita, y también dio gracias “al grupo de arquitectos que han diseñado los tres altares en las tres ciudades. ¡Que Dios les conserve el buen gusto!”

Francisco recordó que el país sudamericano es tierra de esperanza y les dijo a los jóvenes que “no son el futuro, sino el presente de Perú. A ellos les pido que descubran en la sabiduría de sus abuelos, de sus ancianos, el ADN que guió a sus grandes santos”.

“Chicas y chicos por favor no se desarraiguen. Abuelos y ancianos, no dejen de transmitir a las jóvenes generaciones las raíces de su pueblo y la sabiduría del camino para llegar al cielo. A todos los invito a no tener miedo a ser los santos del siglo XXI”.


Para concluir, el Papa dijo: “no hay mejor manera de cuidar la esperanza que permanecer unidos, para que todos estos motivos que la sostienen, crezcan cada día más. La esperanza \no defrauda. Los llevo en el corazón. Que Dios los bendiga. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias”.

Se estima que el avión de Latam que lleva al Papa Francisco a Roma aterrice en el aeropuerto de Ciampino a las 2:15 p.m., hora local.



Esta es la oración que el Papa rezó ante las reliquias de los santos peruanos






(ACI).- En la Catedral de Lima el Papa Francisco rezó una especial oración ante las reliquias de los santos peruanos. A continuación la plegaria completa del Pontífice:

Dios y Padre nuestro,
que por medio de Jesucristo
has instituido tu Iglesia
sobre la roca de los Apóstoles,
para que guiada por el Espíritu Santo
sea en el mundo signo e instrumento de tu amor y misericordia,
te damos gracias por los dones
que has obrado en nuestra Iglesia en Lima.

Te agradecemos de manera especial
la santidad florecida en nuestra tierra.
Nuestra Iglesia arquidiocesana,
fecundada por el trabajo apostólico
de santo Toribio de Mogrovejo;
engrandecida por la oración,
penitencia y caridad de santa Rosa de Lima
y san Martín de Porres;
adornada por el celo misionero
de san Francisco Solano
y el servicio humilde de san Juan Macías;
bendecida por el testimonio de vida cristiana
de otros hermanos fieles al Evangelio,
agradece tu acción en nuestra historia
y te suplica ser fiel a la herencia recibida.

Ayúdanos a ser Iglesia en salida,
acercándonos a todos,
en especial a los menos favorecidos;
enséñanos a ser discípulos misioneros
de Jesucristo, el Señor de los Milagros,
viviendo el amor, buscando la unidad
y practicando la misericordia
para que, protegidos por la intercesión
de Nuestra Señora de la Evangelización,
vivamos y anunciemos
al mundo el gozo del Evangelio.




El Papa en Perú: Hoy el Señor te invita a caminar con Él anunciando el amor



(ACI).- En la actividad más multitudinaria de su visita al Perú, con más de 1,3 millones de asistentes, el Papa Francisco presidió una Misa en la Base Aérea Las Palmas, donde reflexionó sobre la importancia de hacer presente a Jesús allí donde uno se encuentre y rechazar la tentación del desaliento.

Al llegar al lugar, abarrotado de fieles, el Santo Padre hizo un tour en el papamóvil que duró aproximadamente media hora para poder saludar a la multitud que lo esperó desde la noche anterior en la base aérea, y que a pesar del cansancio lo recibió con mucha alegría.

En el inicio de la Misa, el Pontífice se tomó unos minutos para bendecir la imagen de Nuestra Señora de la Evangelización, la Patrona de la Arquidiócesis de Lima.


Aunque la temperatura no fue demasiada alta, la sensación de bochorno era grande. Por eso y desde mucho antes de la Misa, los bomberos ayudaron a paliar el calor con grandes chorros de agua sobre la gente.

Con la auténtica imagen del Señor de los Milagros que sale en procesión cada año como telón de fondo y acompañado de unos mil sacerdotes que concelebraron la Misa, el Pontífice alertó a los fieles ante las situaciones de dolor que pueden generar “la tentación de huir, de escondernos, de zafar”.

“Y al ver estas cosas en nuestras ciudades, en nuestros barrios –que podrían ser un espacio de encuentro y solidaridad, de alegría– se termina provocando lo que podemos llamar el síndrome de Jonás: un espacio de huida y desconfianza”.

En medio de ese dolor y sufrimiento, dijo el Papa, es importante recordar que “el Reino de Dios está cerca, Dios está entre nosotros. Ha llegado hasta nosotros para comprometerse nuevamente como un renovado antídoto contra la globalización de la indiferencia”.

Luego de recordar que ante el amor de Dios “no se puede permanecer indiferentes”, el Papa resaltó que así “Jesús camina la ciudad con sus discípulos y comienza a ver, a escuchar, a prestar atención a aquellos que habían sucumbido bajo el manto de la indiferencia, lapidados por el grave pecado de la corrupción”.

Ahora, continuó Francisco, “Jesús sigue caminando por nuestras calles, sigue al igual que ayer golpeando puertas, golpeando corazones para volver a encender la esperanza y los anhelos: que la degradación sea superada por la fraternidad, la injusticia vencida por la solidaridad y la violencia callada con las armas de la paz”.

“¿Cómo encenderemos la esperanza si faltan profetas? ¿Cómo encararemos el futuro si nos falta unidad? ¿Cómo llegará Jesús a tantos rincones, si faltan audaces y valientes testigos?”, cuestionó.

“Hoy el Señor te invita a caminar con Él la ciudad, tu ciudad. Te invita a que seas su discípulo misionero, y así te vuelvas parte de ese gran susurro que quiere seguir resonando en los distintos rincones de nuestra vida: ¡Alégrate, el Señor está contigo!”, concluyó su homilía.

En el momento de las ofrendas, fueron dos familias las encargadas de llevarlas. La primera con seis hijos, y la segunda con cuatro.


“Me toca en nombre del pueblo que peregrina en el Perú, decirte con todo el corazón: Gracias, gracias porque en estos días con tus palabras y tu presencia te has robado el corazón de todos los peruanos”, dijo al concluir la Eucaristía el Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Cardenal Juan Luis Cipriani.


“¿Qué buscamos? Unidos a Jesús buscamos lo que Él busca: un país más unido y solidario; una familia verdadera escuela de fe y portadora de nuestras tradiciones; una sociedad más honesta y transparente donde la corrupción no impida la atención a todos, especialmente a los más pobres; un santo pueblo de Dios que reclama su dignidad con esperanza y en paz”.

Tras sus palabras, un grupo de seminaristas de Lima obsequió al Papa un mosaico de los santos peruanos, y por su parte el Pontífice obsequió, como habitualmente un cáliz.

En sus palabras al final de la Misa, el Santo Padre resaltó que Perú “es tierra de esperanza por los jóvenes, los cuales no son el futuro, son el presente de Perú. A ellos les pido que descubran en la sabiduría de sus abuelos, de sus ancianos, el ADN que guió a sus grandes santos”.

“No se desarraiguen. Abuelos y ancianos, no dejen de transmitir a las jóvenes generaciones las raíces de su pueblo y la sabiduría del camino para llegar al cielo. A todos los invito a no tener miedo a ser los santos del siglo XXI. Hermanos peruanos, tienen tantos motivos para esperar, lo he visto, lo he ‘tocado’ en estos días. Cuiden la esperanza”.


El Pontífice dijo finalmente que “no hay mejor manera de cuidar la esperanza que permanecer unidos, para que todos estos motivos que la sostienen, crezcan cada día más. La esperanza en Dios no defrauda. Los llevo en el corazón. Que Dios los bendiga. Y, por favor, les pido que no se olviden de rezar por mí”.








 Homilía del Papa Francisco en la Base Aérea Las Palmas en Perú




(ACI).- Ante una multitud de 1,3 millones de fieles que lo esperó desde la noche anterior, el Papa Francisco presidió una Misa en la Base Aérea Las Palmas con quienes meditó sobre la importancia de hacer presente a Jesús en medio del lugar en el que se encuentren.

A continuación, el texto completo de la homilía del Santo Padre:

«Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícales el mensaje que te digo» (Jn 3,2). Con estas palabras, el Señor se dirigía a Jonás poniéndolo en movimiento hacia esa gran ciudad que estaba a punto de ser destruida por sus muchos males.

También vemos a Jesús en el Evangelio de camino hacia Galilea para predicar su buena noticia (cf. Mc 1,14). Ambas lecturas nos revelan a Dios en movimiento de cara a las ciudades de ayer y de hoy.

El Señor se pone en camino: va a Nínive, a Galilea, a Lima, a Trujillo, a Puerto Maldonado. Aquí viene el Señor. Se pone en movimiento para entrar en nuestra historia personal y concreta.

Lo hemos celebrado hace poco: el Emmanuel, el Dios que quiere estar siempre con nosotros. Sí, aquí en Lima, o donde estés viviendo, en la vida cotidiana del trabajo rutinario, en la educación esperanzadora de los hijos, entre tus anhelos y desvelos; en la intimidad del hogar y en el ruido ensordecedor de nuestras calles.


Es allí, en medio de los caminos polvorientos de la historia, donde el Señor viene a tu encuentro. Algunas veces nos puede pasar lo mismo que a Jonás. Nuestras ciudades, con las situaciones de dolor e injusticia que a diario se repiten, nos pueden generar la tentación de huir, de escondernos, de zafar.

Y razones, ni a Jonás ni a nosotros nos faltan. Mirando la ciudad podríamos comenzar a constatar que existen «ciudadanos que consiguen los medios adecuados para el desarrollo de la vida personal y familiar —y eso nos alegra—, el problema está es que son muchísimos los “no ciudadanos”, “los ciudadanos a media” o los “sobrantes urbanos”»[1] que están al borde de nuestros caminos, que van a vivir a las márgenes de nuestras ciudades sin condiciones necesarias para llevar una vida digna y duele constatar que muchas veces entre estos «sobrantes humanos» se encuentran rostros de tantos niños y adolescentes. Se encuentra el rostro del futuro.

Y al ver estas cosas en nuestras ciudades, en nuestros barrios —que podrían ser un espacio de encuentro y solidaridad y de alegría— se termina provocando lo que podemos llamar el síndrome de Jonás: un espacio de huida y desconfianza (cf. Jon 1,3).

Un espacio para la indiferencia, que nos transforma en anónimos y sordos ante los demás, nos convierte en seres impersonales de corazón cauterizado y, con esta actitud, lastimamos el alma del pueblo. De este pueblo noble. Como nos lo señalaba Benedicto XVI, «la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. […] Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana».[2]

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se dirigió a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. A diferencia de Jonás, Jesús, frente a un acontecimiento doloroso e injusto como fue el arresto de Juan, entra en la ciudad, entra en Galilea y comienza desde ese pequeño pueblo a sembrar lo que sería el inicio de la mayor esperanza: El Reino de Dios está cerca, Dios está entre nosotros.

Y el Evangelio mismo nos muestra la alegría y el efecto en cadena que esto produce: comenzó con Simón y Andrés, después Santiago y Juan (cf. Mc 1,14-20) y, desde esos días, pasando por Santa Rosa de Lima, Santo Toribio, San Martín de Porres, San Juan Macías, San Francisco Solano, ha llegado hasta nosotros anunciado por esa nube de testigos que han creído en Él. Ha llegado hasta Lima, hasta nosotros para comprometerse nuevamente como un renovado antídoto contra la globalización de la indiferencia.

Porque ante este Amor, no se puede permanecer indiferente. Jesús invitó a sus discípulos a vivir hoy lo que tiene sabor a eternidad: el amor a Dios y al prójimo; y lo hace de la única manera que lo puede hacer, a la manera divina: suscitando la ternura y el amor de misericordia, suscitando la compasión y abriendo sus ojos para que aprendan a mirar la realidad a la manera divina.

Los invita a generar nuevos lazos, nuevas alianzas portadoras de eternidad. Jesús camina la ciudad lo hace con sus discípulos y comienza a ver, a escuchar, a prestar atención a aquellos que habían sucumbido bajo el manto de la indiferencia, lapidados por el grave pecado de la corrupción.

Comienza a develar muchas situaciones que asfixiaban la esperanza de su pueblo suscitando una nueva esperanza. Llama a sus discípulos y los invita a ir con Él, los invita a caminar la ciudad, pero les cambia el ritmo, les enseña a mirar lo que hasta ahora pasaban por alto, les señala nuevas urgencias.

Conviértanse, les dice: el Reino de los Cielos es encontrar en Jesús a Dios que se mezcla vitalmente con su pueblo, se implica e implica a otros a no tener miedo de hacer de esta historia, una historia de salvación (cf. Mc 1,15.21 y ss.).


Jesús sigue caminando por nuestras calles, sigue al igual que ayer golpeando puertas, golpeando corazones para volver a encender la esperanza y los anhelos: que la degradación sea superada por la fraternidad, la injusticia vencida por la solidaridad y la violencia callada con las armas de la paz. Jesús sigue invitando y quiere ungirnos con su Espíritu para que también nosotros salgamos a ungir con esa unción, capaz de sanar la esperanza herida y renovar nuestra mirada.

Jesús sigue caminando y despierta la esperanza que nos libra de conexiones vacías y de análisis impersonales e invita a involucrarnos como fermento allí donde estemos, donde nos toque vivir, en ese rinconcito de todos los días.

El Reino de los cielos está entre ustedes —nos dice— está allí donde nos animemos a tener un poco de ternura y compasión, donde no tengamos miedo a generar espacios para que los ciegos vean, los paralíticos caminen, los leprosos sean purificados y los sordos oigan (cf. Lc 7,22) y así todos aquellos que dábamos por perdidos gocen de la Resurrección. Dios no se cansa ni se cansará de caminar para llegar a sus hijos. A cada uno ¿Cómo encenderemos la esperanza si faltan profetas? ¿Cómo encararemos el futuro si nos falta unidad? ¿Cómo llegará Jesús a tantos rincones, si faltan audaces y valientes testigos?

Hoy el Señor te invita a caminar con Él la ciudad, te invita a caminar con Él tu ciudad. Te invita a que seas su discípulo misionero, y así te vuelvas parte de ese gran susurro que quiere seguir resonando en los distintos rincones de nuestra vida: ¡Alégrate, el Señor está contigo!

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[1] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 74.

[2] Carta enc. Spe salvi, 38.



10 cosas que no viste de la visita del Papa a Perú
POR MARÍA XIMENA RONDÓN




(ACI).- Durante su estadía en Perú del 18 al 21 de enero, el Papa Francisco recibió el cariño y la acogida de muchísimos fieles y él no dudo en corresponder con tiernos gestos que se robaron el corazón de todos.


1.- El “cholito” Francisco

Un joven muy emocionado colocó un chullo, gorro tejido característico de la zona andina del Perú, en la cabeza del Papa Francisco mientras recorría el barrio trujillano de “Buenos Aires”, que fue seriamente afectado por el fenómeno del Niño Costero que azotó el norte del país en el verano de 2017.



2.- Un tierno intercambio

Mientras el Papa Francisco saludaba a un grupo de niños discapacitados en la Nunciatura antes de partir a Trujillo recibió un solideo. Se lo puso y luego se lo dio a Piero André Guidiche Montes un niño de ocho años con parálisis cerebral.

Una de las religiosas que lo acompañaba, la hermana Luz, dijo a ACI Prensa que el pequeño estudia en el colegio “La Alegría del Señor”, administrado por las Siervas del Plan de Dios, y que “se moría de ganas de ver al Papa”.

Ella indicó que Francisco saludó a los diez niños que fueron del colegio a verlo, preguntó por sus enfermedades y rezó por ellos. Las religiosas también le entregaron una caja con las cartas que le escribieron todos los alumnos.


3.- El saludo de una familia numerosa

Durante su visita a la Catedral de Lima, el Papa Francisco recibió una ofrenda floral de parte del abogado de la plataforma Padres en Acción, Justo Balmaceda, quien estaba junto a su esposa embarazada y sus siete hijos. Uno de ellos se tomó un “selfie” con él.


4.- Creatividad peruana

Perú es famoso por su gastronomía y también hace gala de su creatividad. Por ello, con ocasión de la visita del Papa Francisco a Trujillo el 20 de enero, un restaurante de la zona escribió una cita bíblica en la pizarra que anunciaba el menú del día.


“No solo de pan vive el hombre”, (Mt 4,4) se leía en un cartel en el que se ofrecían platos locales como pollo guisado, cabrito, trucha y cerdo.


5.- La “Guardia Suiza”

Un grupo de niños se vistieron como guardias suizos -el cuerpo militar que en el Vaticano custodia al Santo Padre desde hace siglos- y se colocaron a la entrada de la Nunciatura Apostólica para darle la bienvenida.


6.- El relicario del “Santo de la escoba”

Los frailes dominicos le hicieron un simpático regalo la Papa Francisco en Puerto Maldonado: un relicario en forma de escoba con una reliquia de San Martín de Porres, conocido popularmente como el “santo de la escoba” ya que era el barrendero del convento donde vivía.



7.- La seguridad desde el mar

Para garantizar la seguridad durante la celebración de la Misa en la playa de Huanchaco el sábado 20 de enero en Trujillo, la Marina de Guerra envió un buque de la guardia costera. También enviaron un helicóptero.


8.- Un detalle argentino

Durante la visita que realizó este domingo a la Catedral de Lima para venerar las reliquias de los santos peruanos, el Papa Francisco fue recibido con un detalle argentino: un feligrés le ofreció el tradicional mate argentino.



9.- Los futbolistas de la “blanquirroja”

Paolo Guerrero, delantero de la selección peruana, estuvo presente junto a su madre en el Palacio de Gobierno, en Lima, cuando el Santo Padre pronunció su discurso ante las autoridades civiles y el cuerpo diplomático el 19 de enero.



10.- El encuentro con “El Tigre” Gareca

El entrenador de la selección peruana, el argentino Ricardo Gareca, saludó al Santo Padre durante su visita al Palacio Arzobispal este domingo.

Gareca, a quien los peruanos llaman “El Tigre”, consiguió en 2017 que la selección nacional clasificara al mundial de fútbol después de 36 años y por esa razón es muy querido en el país.



La graciosa anécdota con la que el Papa dio una lección a obispos en Perú
Foto: Bohumil Petrik / ACI Prensa



(ACI).- En su encuentro con los obispos del Perú, el Papa Francisco compartió una singular anécdota que provocó risas y entregó una gran lección a los presentes.

El Santo Padre compartió la historia de un obispo en Italia en proceso de canonización, que se destacaba por su carácter paternal. Cada vez que ordenaba a un sacerdote “le metía aceite en la mano a montón”.

Las personas “se preguntaban por qué”, a lo que el Papa respondió: “para que no se le pegue la plata”. El relato, que causó la risa de los obispos, lo compartió cuando subrayaba la importancia que debía tener en la vida de los pastores la paternidad.

El Papa explicó que “un papá, una mamá, sabe cómo conducir los conflictos de sus hijos. Se involucra”.


“Y cuando ve, por ejemplo, que el hijo, por el olor, que ya empezó con la droga, (el padre o la madre) llora, sufre”, señaló.

Sin embargo, no recurre a un libro que les diga qué hacer sino que se acercan a su hijo, “se le pone al lado, le habla, lo escucha”.

En ese sentido, el Pontífice afirmó que con el Sacramento del Orden, todos los Obispos tienen “la gracia de la paternidad”.

“Si alguno de nosotros no la ejercita o se le olvidó, o busca otros caminos para contactarse con sus curas, ya perdió la batalla”, advirtió.

Francisco agregó que “sin paternidad los presbiterios se desgastan, o (los curas) le tienen miedo al obispo, o se apartan del obispo, se apartan entre ellos… no sé, o le mienten al obispo, cuántas veces ¿no?”

Por esta razón, continuó el Santo Padre, “quizás nos hace bien de vez en cuando examinarnos sobre nuestra paternidad”, cuyo primer rasgo “es la cercanía”.

Entonces recordó a Santo Toribio de Mogrovejo, cuyos sacerdotes “no eran más angelitos que los nuestros, pero era padre y cuando había que apretar el torniquete lo apretaba, pero lo aceptaban porque lo sentían padre”.

“Es verdad que hay situaciones en las que hay que recurrir a medidas disciplinarias”, reflexionó el Papa, quien invitó a los obispos que incluso en esas situaciones sean padres.

“Un consejo que yo les daría, nunca tomen una decisión irreversible… con un sacerdote sin un proceso que lo garantice, porque el padre también tiene que ser justo”, expresó.



El Papa a obispos: Dejen el escritorio y “gasten la suela” para conocer a sus ovejas




(ACI).- El Papa Francisco sostuvo un extenso encuentro con los obispos del Perú, a quienes dirigió un especial discurso en el que los alentó a seguir el ejemplo de Santo Toribio de Mogrovejo, saliendo a las calles, dejando los escritorios y gastando la suela de los zapatos para conocer a sus ovejas.

Antes de su reflexión, el Pontífice recibió el saludo del Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Cardenal Juan Luis Cipriani: “somos herederos de santos y, grandes santos, como Usted nos recordaba en sus palabras grabadas en Roma”.

“Pido a Santa Rosa que nos brinde esa ternura para acoger a todos; a San Martín de Porres para que nos lleve a los más pobres y con la escoba para que barra bien nuestros corazones y todas nuestras acciones”.

El Purpurado destacó también: “Aquí estamos, como sucesores de los Apóstoles, teniendo en Cristo y sólo en Él la centralidad de nuestra responsabilidad episcopal, unidos al Papa con obras y de verdad”.


A su turno, el Arzobispo de Ayacucho y Presidente de la Conferencia Episcopal, Mons. Salvador Piñero, indicó que para esta visita papal los fieles se han preparado “con la plegaria, el estudio de sus documentos y jornadas misionales” y ofreció como obsequio una medalla de Santo Toribio de Mogrovejo y una imagen de San José al Pontífice.

En su reflexión, el Santo Padre dijo que la misión de los obispos no se hace “desde ‘el escritorio’, y así puede conocer a sus ovejas y ellas reconocen en su voz, la voz del Buen Pastor”.

Para ello, también, los prelados tienen que ser “callejeros”, que tengan las “suelas gastadas por andar, por recorrer, por salir al encuentro para ‘anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, sin asco y sin miedo”.

“La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie ¡Cómo sabía esto Santo Toribio! Sin miedo y sin asco se adentró en nuestro continente para anunciar la buena nueva”.

Santo Toribio, dijo el Papa, se dio cuenta en medio de su pueblo que “no alcanzaba llegar tan solo físicamente, sino que era necesario aprender a hablar el lenguaje de los otros, solo así, llegaría el Evangelio a ser entendido y penetrar en el corazón”.


“¡Cuánto urge esta visión para nosotros, pastores del siglo XXI!, que nos toca aprender un lenguaje totalmente nuevo como es el digital, por citar un ejemplo. Conocer el lenguaje actual de nuestros jóvenes, de nuestras familias, de los niños”.

Al momento de su muerte, señaló el Pontífice, Toribio no lo hizo solo sino que iba “iba al encuentro de los santos seguido de una gran muchedumbre a sus espaldas. Es el pastor que ha sabido cargar «su valija» con rostros y nombres. Ellos eran su pasaporte al cielo”.

Luego de su discurso, el Papa Francisco dialogó alrededor de media hora con los obispos en los que habló de algunos temas como el próximo sínodo panamazónico que se realizará en 2019, la importancia del cuidado de la pastoral castrense, la corrupción en el Perú, entre otros.



El Papa ante santos peruanos: Seamos misioneros como Cristo, Señor de los Milagros
POR MARÍA XIMENA RONDÓN




(ACI).- Después de rezar junto con las religiosas de vida contemplativa en el Santuario del Señor de los Milagros, el Papa Francisco se dirigió a la Catedral de Lima para orar ante las reliquias de los santos peruanos.

Al llegar, el Santo Padre bendijo un crucifijo y saludo a los fieles. Uno de ellos le ofreció mate, la bebida típica de Argentina, que él tomó con agrado.

Luego caminó hacia al altar central donde estaban expuestas las reliquias de Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, Santo Toribio de Mogrovejo, San Francisco Solano y San Juan Masías.

Al llegar hasta allí, el Santo Padre dejó un arreglo floral y rezó en silencio ante cada uno de los relicarios. Después pronunció la siguiente oración:

Dios y Padre nuestro,
que por medio de Jesucristo
has instituido tu Iglesia
sobre la roca de los Apóstoles,
para que guiada por el Espíritu Santo
sea en el mundo signo e instrumento de tu amor y misericordia,
te damos gracias por los dones
que has obrado en nuestra Iglesia en Lima.
Te agradecemos de manera especial
la santidad florecida en nuestra tierra.
Nuestra Iglesia arquidiocesana,
fecundada por el trabajo apostólico
de santo Toribio de Mogrovejo;
engrandecida por la oración,
penitencia y caridad de santa Rosa de Lima
y san Martín de Porres;
adornada por el celo misionero
de san Francisco Solano
y el servicio humilde de san Juan Macías;
bendecida por el testimonio de vida cristiana
de otros hermanos fieles al Evangelio,
agradece tu acción en nuestra historia
y te suplica ser fiel a la herencia recibida.
Ayúdanos a ser Iglesia en salida,
acercándonos a todos,
en especial a los menos favorecidos;
enséñanos a ser discípulos misioneros
de Jesucristo, el Señor de los Milagros, viviendo el amor, buscando la unidad
y practicando la misericordia
para que, protegidos por la intercesión
de Nuestra Señora de la Evangelización,
vivamos y anunciemos
al mundo el gozo del Evangelio.
Tras pronunciarla, el Pontífice guardó silencio durante unos momentos, impartió su bendición a los presentes y salió rumbo al Palacio Arzobispal para encontrarse con los Obispos.








Discurso del Papa Francisco a los obispos del Perú



(ACI).- El Papa Francisco dirigió un discurso a los obispos del Perú en el que usó para la reflexión el modelo de Santo Toribio de Mogrovejo, santo peruano y Patrono del Episcopado Latinoamericano.

A continuación el texto completo del discurso del Pontífice:

Queridos hermanos en el episcopado: Gracias por las palabras que me han dirigido el Señor Cardenal Arzobispo de Lima, y el Señor Presidente de la Conferencia Episcopal en nombre de todos los presentes. Deseaba estar aquí con ustedes. Mantengo un buen recuerdo de su visita ad limina del año pasado. Creo que ahí hemos hablado muchas cosas....

Los días transcurridos entre ustedes han sido muy intensos y gratificantes. Pude escuchar y vivir las distintas realidades que conforman estas tierras en representación, y compartir de cerca la fe del santo Pueblo fiel de Dios, que nos hace tanto bien.

Gracias por la oportunidad de poder «tocar» la fe del Pueblo, ese pueblo que Dios les ha confiado. Es que aquí no se puede no tocar, si no tocas al pueblo, la fe del pueblo les toca a vos, las calles repletas, es una gracia..

El lema de este viaje nos habla de unidad y de esperanza. Es un programa arduo, pero a la vez provocador, que nos evoca las proezas de Santo Toribio de Mogrovejo, Arzobispo de esta Sede y patrono del episcopado latinoamericano, un ejemplo de «constructor de unidad eclesial», como lo definió mi predecesor San Juan Pablo II en su primer Viaje Apostólico a esta tierra.[1]

Es significativo que este santo Obispo sea representado en sus retratos como un «nuevo Moisés». Como saben, en el Vaticano se custodia un cuadro en el que aparece Santo Toribio atravesando un río caudaloso, cuyas aguas se abren a su paso como si se tratase del mar Rojo, para que pudiera llegar a la otra orilla donde lo espera un numeroso grupo de nativos.

Detrás de Santo Toribio hay una gran multitud de personas, que es el pueblo fiel que sigue a su pastor en la tarea de la evangelización.[2]

Esta hermosa imagen me «da pie» para centrar en ella mi reflexión con ustedes. Santo Toribio, el hombre que quiso llegar a la otra orilla. Lo vemos desde el momento en que asume el mandato de venir a estas tierras con la misión de ser padre y pastor. Dejó terreno seguro para adentrarse en un universo totalmente nuevo, desconocido y desafiante. Fue hacia una tierra prometida guiado por la fe como «garantía de los bienes que se esperan» (Hb 11,1). Su fe y su confianza en el Señor lo impulsó, y lo va a impulsar a lo largo de toda su vida a llegar a la otra orilla, donde Él lo esperaba en medio de una multitud.

1. Quiso llegar a la otra orilla en busca de los lejanos y dispersos. Y para eso tuvo que dejar la comodidad del obispado y recorrer el territorio confiado, en continuas visitas pastorales, tratando de llegar y estar allí donde se lo necesitaba, y ¡cuánto se lo necesitaba!

Iba al encuentro de todos por caminos que, al decir de su secretario, eran más para las cabras que para las personas. Tenía que enfrentar los más diversos climas y geografías, «de 22 años de episcopado, 18 los pasó fuera de Lima, fuera de su ciudad recorriendo por tres veces su territorio».[3] Que iba desde Panamá, hasta el inicio de la capitanía de Chile, que no sé dónde empezaba, en este momento, quizás a la altura de Iquique. Como cualquiera de la diócesis de ustedes.

18 años recorriendo tres veces su territorio. Sabía que esta era la única forma de pastorear: estar cerca proporcionando los auxilios divinos, exhortación que también realizaba continuamente a sus presbíteros. Pero no lo hacía de palabra sino con su testimonio, estando él mismo en la primera línea de la evangelización.


Hoy le llamaríamos un Obispo «callejero». Un obispo con suelas gastadas por andar, por recorrer, por salir al encuentro para «anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie».[4] ¡Cómo sabía esto Santo Toribio! Sin miedo y sin asco se adentró en nuestro continente para anunciar la buena nueva.

2. Quiso llegar a la otra orilla no solo geográfica sino cultural. Fue así como promovió por muchos medios una evangelización en lengua nativa. Con el tercer Concilio Limense, procuró que los catecismos fueran realizados y traducidos en quechua y aymara. Impulsó al clero a que estudiara y conociera el idioma de los suyos para poder administrarles los sacramentos de forma comprensible. Utilizó la reforma litúrgica de Pío XII cuando empezó con este retomar la reforma de la Iglesia.

Visitando y viviendo con su Pueblo se dio cuenta de que no alcanzaba llegar tan solo físicamente, sino que era necesario aprender a hablar el lenguaje de los otros, solo así, llegaría el Evangelio a ser entendido y penetrar en el corazón. ¡Cuánto urge esta visión para nosotros, pastores del siglo XXI!, que nos toca aprender un lenguaje totalmente nuevo como es el digital, por citar un ejemplo. Conocer el lenguaje actual de nuestros jóvenes, de nuestras familias, de los niños.

Como bien supo verlo Santo Toribio, no alcanza solamente llegar a un lugar y ocupar un territorio, es necesario poder despertar procesos en la vida de las personas para que la fe arraigue y sea significativa. Y para eso tenemos que hablar su lengua. Es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de nuestras ciudades y de nuestros pueblos.[5]

La evangelización de la cultura nos pide entrar en el corazón de la cultura misma para que esta sea iluminada desde adentro por el Evangelio.

Estoy seguro que me conmovió anteayer en Puerto Maldonado, cuando entre todos los nativos que había ahí de tantas etnias, me conoció cuando tres me trajeron una estola, pintados, con sus vestimentas: eran diáconos permanentes, anímense, anímense, así lo hacía Santo toribio, y ahí no había diáconos permanentes. En su lengua y en su cultura, allí se metió.

3. Quiso llegar a la otra orilla de la caridad. Para nuestro patrono la evangelización no podía darse lejos de la caridad. Porque sabía que la forma más sublime de la evangelización era plasmar en la propia vida la entrega de Jesucristo por amor a cada uno de los hombres.

Los hijos de Dios y los hijos del demonio se manifiestan en esto: el que no practica la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano (cf. 1 Jn 3,10). En sus visitas pudo constatar los abusos y los excesos que sufrían las poblaciones originarias, y así no le tembló el pulso, en 1585, cuando excomulgó al corregidor de Cajatambo, enfrentándose a todo un sistema de corrupción y tejido de intereses que «arrastraba la enemistad de muchos», incluyendo al Virrey.[6]

Así nos muestra al pastor que sabe que el bien espiritual no puede nunca separarse del justo bien material y tanto más cuando se pone en riesgo la integridad y la dignidad de las personas. Profecía episcopal que no tiene miedo a denunciar los abusos y excesos que se cometen frente a su pueblo.

Y de este modo logra recordar dentro de la sociedad y de sus comunidades que la caridad siempre va acompañada de la justicia y no hay auténtica evangelización que no anuncie y denuncie toda falta contra la vida de nuestros hermanos, especialmente contra la vida de los más vulnerables. Es una alerta. Cualquier tipo de coqueteo mundano, que nos ata las manos por algunas migajas, la libertad del Evangelio.

4. Quiso llegar a la otra orilla en la formación de sus sacerdotes. Fundó el primer seminario postconciliar en esta zona del mundo, impulsando de esta manera la formación del clero nativo. Entendió que no bastaba llegar a todos lados y hablar la misma lengua, era necesario que la Iglesia pudiera engendrar a sus propios pastores locales y así se convirtiera en madre fecunda.

Para ello defendió la ordenación de los mestizos —cuando estaba muy discutida la misma— buscando alentar y estimular a que el clero, si se tenía que diferenciar en algo, era por la santidad de sus pastores y no por la procedencia racial.[7] Y esta formación no se limitaba solamente al estudio en el seminario, sino que proseguía en las continuas visitas que les realizaba. Estaba cerca de sus curas. Allí podía ver de primera mano el «estado de sus curas», preocupándose por ellos. Cuenta la leyenda que en las vísperas de Navidad su hermana le regaló una camisa para que la estrenara en las fiestas.

Ese día fue a visitar a un cura y al ver la situación en que vivía, se sacó su camisa y se la entregó.[8] Es el pastor que conoce a sus sacerdotes. Busca alcanzarlos, acompañarlos, estimularlos, amonestarlos —le recordó a sus curas que eran pastores y no comerciantes y por lo tanto, habrían de cuidar y defender a los indios como a hijos—. [9]

Pero no lo hace desde «el escritorio», y así puede conocer a sus ovejas y ellas reconocen en su voz, la voz del Buen Pastor.

5. Quiso llegar a la otra orilla, la de la unidad. Promovió de manera admirable y profética la formación e integración de espacios de comunión y participación entre los distintos integrantes del Pueblo de Dios. Así lo señaló San Juan Pablo II cuando, en estas tierras, hablándole a los obispos les decía: «El tercer Concilio Limense es el resultado de ese esfuerzo, presidido, alentado y dirigido por Santo Toribio, y que fructificó en un precioso tesoro de unidad en la fe, de normas pastorales y organizativas a la vez que en válidas inspiraciones para la deseada integración latinoamericana».[10]

Bien sabemos, que esta unidad y consenso fue precedida de grandes tensiones y conflictos. No podemos negar las tensiones, existen; las diferencias existen. Es imposible una vida sin conflictos, pero estos nos exigen, si somos hombres y cristianos, mirarlos de frente y asumirlos. Pero asumirlos en unidad, en diálogo honesto y sincero, mirándonos a la cara y cuidándonos de caer en tentación, o de ignorar lo que pasó o quedar prisioneros y sin horizontes que ayuden a encontrar caminos que sean de unidad y de vida.

Resulta inspirador, en nuestro camino de Conferencia Episcopal, recordar que la unidad siempre prevalecerá sobre el conflicto.[11] Queridos hermanos obispos, trabajen para la unidad, no se queden presos de divisiones que parcializan y reducen la vocación a la que hemos sido llamados: ser sacramento de comunión. No se olviden que lo que atraía de la Iglesia primitiva era ver cómo se amaban. Esa era, es y será la mejor evangelización.

Y a Santo Toribio le llegó el momento de cruzar hacia la orilla definitiva, hacia esa tierra que lo esperaba y que iba degustando en su continuo dejar la orilla. Este nuevo partir, no lo hacía solo. Al igual que el cuadro que les comentaba al inicio, iba al encuentro de los santos seguido de una gran muchedumbre a sus espaldas. Es el pastor que ha sabido cargar «su valija» con rostros y nombres. Ellos eran su pasaporte al cielo.


Y fue tan así que no quisiera dejar de lado el acorde final, el momento en que el pastor entregaba su alma a Dios. Lo hizo en un caserío, junto a su pueblo y un aborigen le tocaba la chirimía para que el alma de su pastor se sintiera en paz. Ojalá, hermanos, que cuando tengamos que emprender el último viaje podamos vivir estas cosas. Pidamos al Señor que nos lo conceda.[12] Recemos uno por los otros y recen por mí. Gracias.

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[1] Discurso al episcopado peruano (2 febrero 1985), 3.

[2] Cf. Milagro de santo Toribio, Pinacoteca vaticana.

[3] Jorge Mario Bergoglio, Homilía en la celebración Eucarística, Aparecida (16 mayo 2007).

[4] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 23.

[5] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 74.

[6] Cf. Ernesto Rojas Ingunza, El Perú de los Santos, en: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, Lima (2016), 57.

[7] Cf. José Antonio Benito Rodríguez, Santo Toribio de Mogrovejo, en: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, 178.

[8] Cf. ibíd., 180.

[9] Cf. Juan Villegas, Fiel y evangelizador. Santo Toribio de Mogrovejo, patrono de los obispos de América Latina, Montevideo (1984), 22.

[10] Juan Pablo II, Discurso al episcopado peruano (2 febrero 1985), 3.

[11] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 226-230.

[12] Cf. Jorge Mario Bergoglio, Homilía en la celebración Eucarística, Aparecida (16 mayo 2007).



Homilía del Papa Francisco con las religiosas de clausura en Perú




(ACI).- El Papa Francisco presidió esta mañana el rezo de la hora tercia con las religiosas contemplativas en el Santuario de las Nazarenas en Lima.

A continuación el texto completo de la homilía del Santo Padre:

Queridas hermanas de los diversos monasterios de vida contemplativa: ¡Qué bueno es estar aquí, en este Santuario del Señor de los Milagros, tan frecuentado por los peruanos, para pedirle su gracia y para que nos muestre su cercanía y su misericordia! Él, que es «faro que guía, que nos ilumina con su amor divino».

Al verlas a ustedes aquí, me viene un mal pensamiento: que aprovecharon para salir del convento un rato y dar un paseíto. Gracias Madre Soledad por sus palabras de bienvenida y a todas ustedes que «desde el silencio del claustro caminan siempre a mi lado». Y también me lo van a permitir porque me toca al corazón: desde aquí mandar un saludo a mis cuatro carmelos de Buenos Aires. También a ellas las quiero poner ante el Señor de los Milagros porque ellas me acompañaron en mi ministerio en aquella diócesis y quiero que estén aquí para que el Señor las bendiga. ¿No se ponen celosas, no?

Escuchamos las palabras de San Pablo, recordándonos que hemos recibido el espíritu de adopción filial que nos hace hijos de Dios (cf. Rm 8,15-16). Esas pocas palabras condensan la riqueza de toda vocación cristiana: el gozo de sabernos hijos.

Esta es la experiencia que sustenta nuestras vidas, la cual quiere ser siempre una respuesta agradecida a ese amor. ¡Qué importante es renovar día a día este gozo! Sobre todo en los momentos en que el gozo parece que se fuera, el alma está nublada, hay cosas que no se entienden. Ahí volverlo a pedir y renovar: soy hija, soy hija de Dios.


Un camino privilegiado que tienen ustedes para renovar esta certeza es la vida de oración, oración comunitaria y personal. La oración es el núcleo de vuestra vida consagrada, este vida contemplativa.  Es el modo de cultivar la experiencia de amor que sostiene nuestra fe, y como bien nos decía la Madre Soledad, es una oración siempre misionera. No es una oración que rebota en los muros del convento y vuelve para atrás. Es una oración que va y sale y sale.

La oración misionera es la que logra unirse a los hermanos en las variadas circunstancias en que se encuentran y rezar para que no les falte el amor y la esperanza.

Así lo decía Santa Teresita del Niño Jesús: «Entendí que solo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase el amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno… en el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor».[1]

Ojalá que cada una de ustedes pueda decir esto. Si alguna está media flojita y se le apagó el fueguito del amor: pida, pida, pues es un regalo de Dios poder amar, ¡Ser el amor! Es saber estar al lado del sufrimiento de tantos hermanos y decir con el salmista: «En el peligro grité al Señor, y me escuchó, poniéndome a salvo» (Sal 117,5). Así vuestra vida en clausura logra tener un alcance misionero y universal y «un papel fundamental en la vida de la Iglesia».

Rezan e interceden por muchos hermanos y hermanas presos, emigrantes, refugiados y perseguidos; por tantas familias heridas, por las personas en paro, por los pobres, por los enfermos, por las víctimas de dependencias, por no citar más que algunas situaciones que son cada día más urgentes.

Ustedes son como aquellos amigos que llevaron al paralítico ante el Señor, para que lo sanara. No tenían vergüenza, eran sinvergüenzas, pero bien dicho, no tuvieron vergüenza de hacer un agujero en el techo y bajar al paralítico (cf. Mc 2,1-12). Sean sinvergüenzas. No tengan vergüenza de hacer con la oracion que el poder, que la miseria de los hombres se acerque al poder de Dios.  Esa es la oración vuestra.

Por la oración, día y noche, acercan al Señor la vida de muchos hermanos y hermanas que por diversas situaciones no pueden alcanzarlo para experimentar su misericordia sanadora, mientras que Él los espera para llenarlos de gracias.

Por vuestra oración ustedes curan las llagas de tantos hermanos.[2]  Por eso mismo podemos afirmar que la vida de clausura no encierra ni encoge el corazón sino que lo ensancha. ¡Ay de la monja que tiene el corazón encogido! Por favor, busquen remedio, no se puede ser monja contemplativa con el corazón encogido. Que vuelva a respirar, que vuelva a ser un corazón grande. Además las monjas encogidas son monjas que han perdido la fecundidad, que no son madres, se quejan de todo. No sé, amargadas.  Siempre están buscando un triquis miquis para quejarse. La santa madre decía ¡Ay de la monja que dice me hicieron sin razón!, me hicieron una injusticia. En el convento no hay lugar para las coleccionistas de injusticias, sino hay lugar para aquellas que abren el corazón y saben llevar la cruz, la cruz fecunda, la cruz del amor, la cruz que da vida.

El amor ensancha el corazón y por el trato con el Señor, vamos adelante porque él nos hace capaz de sentir de un modo nuevo el dolor, el sufrimiento, la frustración, la desventura de tantos hermanos que son víctimas en esta «cultura del descarte» de nuestro tiempo.


Que la intercesión por los necesitados sea la característica de vuestra plegaria. Con los brazos en alto como Moisés con el corazón así pidiendo. Y cuando sea posible ayúdenlos, no solo con la oración, sino también con algún servicio concreto. ¡Cuántos conventos de ustedes sin faltar a la clausura, en algunos momentos en el locutorio pueden hacer tanto bien.  La oración de súplica que se hace en sus monasterios sintoniza con el Corazón de Jesús que implora al Padre para que todos seamos uno, así el mundo creerá (cf. Jn 17,21).

¡Cuánto necesitamos de la unidad de la Iglesia! que todos sean uno. ¡Cuántos necesitamos que los bautizados sean uno, que los consagrados sean uno, que los sacerdotes sean uno, que los obispos sean uno! ¡Hoy y siempre! Unidos en la fe. Unidos por la esperanza. Unidos por la caridad. En esa unidad que brota de la comunión con Cristo que nos une al Padre en el Espíritu y, en la Eucaristía, nos une unos con otros en ese gran misterio que es la Iglesia.  Les pido, por favor, que recen mucho por la unidad de esta amada Iglesia peruana porque está tentada de desunión.  A ustedes le encomiendo la unidad, la unidad de la Iglesia, la unidad de los agentes pastorales, de los consagrados, del clero y de los obispos,

El demonio es mentiroso y además es chismoso. Le encanta andar llevando de un lado por el otro, busca dividir, quiere que en la comunidad unas hablen mal de las otras. Esto lo he dicho muchas veces así que lo repito. ¿Saben lo qué es la monja chismosa? Es terrorista, peor que los de los de Ayacucho hace años, peor, porque el chisme es como una bomba: entonces va... como el demonio, tira la bomba, destruye y se va tranquilo. Monjas terroristas no, sin chisme, ya saben que el mejor remedio para no chismear... morderse la lengua,  la enfermera va a tener trabajo porque se le va a inflamar la lengua, pero no tiraron la bomba: que no haya chismes en el convento porque eso lo inspira el demonio, porque es chismoso por naturaleza y es mentiroso.  Y acuérdense de los terroristas de Ayacucho cuando tengan ganas de pasar un chisme.

Esfuércense en la vida fraterna, haciendo que cada monasterio sea un faro que pueda iluminar en medio de la desunión y la división.  Ayuden a profetizar que esto es posible. Que todo aquel que se acerque a ustedes pueda pregustar la bienaventuranza de la caridad fraterna, tan propia de la vida consagrada y tan necesitada en el mundo de hoy y en nuestras comunidades.  Cuando se vive la vocación en fidelidad, la vida se hace anuncio del amor de Dios.

Les pido que no dejen de dar ese testimonio. En esta Iglesia de Nazarenas Carmelitas Descalzas, me permito recordar las palabras que la gran Maestra de vida espiritual, Santa Teresa nos decía: «Si pierden la guía, que es el buen Jesús, nunca acertarán el camino. […]  Siempre detrás de Él. Ah Padre pero a veces Jesús termina en el Calvario. Pues andá vos ahí también, porque ahí también te espera porque te quiere.  Porque el mismo Señor dice que es camino; también dice el Señor que es luz, y que no puede nadie ir al Padre sino por Él».[3]

Queridas hermanas, sepan una cosa, la Iglesia no las tolera a ustedes ¿eh? ¡Las necesita!.  La Iglesia las necesita con su vida fiel sean faros e indiquen a Aquel que es camino, verdad y vida, al único Señor que ofrece plenitud a nuestra existencia y da vida en abundancia. [4]

Y recen por la Iglesia, recen por los pastores, por los consagrados, por las familias, por los que sufren, por los que hacen daño, y destruyen tanta gente, por los que explotan a sus hermanos. Y por favor siguiendo con la lista de pecadores, no se olviden de rezar por mí. Gracias.